Había nacido el 15 de febrero de 1811 en El Carrascal, un barrio humilde de la ciudad de San Juan. Se lo bautizó Faustino Valentín Quiroga Sarmiento pero - por la devoción de su madre por Santo Domingo - se lo empezó a llamar por ese nombre, olvidándose de Valentín.
A los 4 años su tío, José Manuel Quiroga Sarmiento ya le había enseñado a leer. Eso lo condenó a que su madre, orgullosa, lo llevase a casas de parientes o amigos donde lo hacía demostrar su prodigio en voz alta.
Ese niño había "nacido en la pobreza, criado en la lucha por la existencia…", tal como describe el propio Sarmiento en su autobiografía.
A los cinco, gracias a que el gobierno de San Juan contrató a maestros que trabajaban en Buenos Aires, ingresó en una Escuela de la Patria. Los maestros fueron Ignacio y José Genaro Rodríguez, representantes del iluminismo enciclopedista, que difundían ideas de Russeau, Montesquieu, Voltaire y Diderot. Inculcaban a sus alumnos las nociones de igualdad social y el sentido cívico de la nacionalidad.
Las Escuelas de la Patria
A los antiguos establecimientos educativos del Rey - que eran sostenidos por los cabildos - se los empezó a llamar Escuelas de la Patria a partir de 1810. El futuro presidente recordaba que "era un espacioso local vecino a la plaza de armas, daba cabida a más de trescientos niños de todos los extremos de la ciudad y suburbios, de todas las clases de la sociedad".
Uno de los salones lo ocupaban los chicos que recién empezaban, a los que se les enseñaba lectura y escritura; en un segundo salón, alumnos más avanzados estudiaban doctrina cristiana y las primeras nociones de aritmética y gramática; y en un tercero continuaban con la gramática y ortografía, además de aritmética comercial, álgebra hasta ecuaciones de segundo grado, extracción de raíces, historia sagrada y doctrina cristiana.
Paula Albarracín se encargó de que su hijo fuera, durante los nueve años que asistió a la escuela, todos los días a clase. En sus "Recuerdo de Provincia", dijo que por más que hubiera querido faltar, su madre Paula Albarracín era la encargada de que asistiese como correspondía.
Su padre, José Clemente Sarmiento, también ejercía su control. Cuando no estaba trabajando de arriero o peleando junto a San Martín, le tomaba lección a su hijo de lo aprendido en la escuela.
Domingo, entonces, no se salvó de leer los cuatro mamotretos de la Historia Crítica de España "y otros librotes abominables que no he vuelto a ver y que me han dejado en el espíritu ideas confusas de historia, alegorías, fábulas, países y nombres propios", que eran obras que su padre atesoraba.
El primer libro que leyó fue Vida de Cicerón, de Middleton y el segundo, Vida de Franklin.
Seguramente por lo aprendido en la casa y con su tío, en la escuela fue un alumno aventajado, por lo general colmado de honores. Y como los Sarmientos en San Juan al parecer tenían fama de embusteros por algún que otro pariente que en cierto momento habría practicado tal costumbre, Domingo se había hecho la fama de no mentir nunca. "Fuimos criados en el santo horror de la mentira", decía.
Autodidacta
De Buenos Aires había llegado la noticia del sorteo de becas para ir a estudiar al Colegio de Ciencias Morales, hoy Nacional de Buenos Aires. El maestro Rodríguez indicó que se podían anotar, en cada provincia, seis jóvenes que fueran pobres.
Sarmiento nunca olvidaría que, cuando le comunicaron que no había sido elegido, su madre lloró en silencio y su padre ocultó su rostro con las manos.
En 1821 no pudo entrar al Seminario de Loreto, en la provincia de Córdoba. Y comenzó su larga etapa de autodidacta.
Matemáticas la estudió con el ingeniero Barreau, a quien asistió en varios trabajos de agrimensura en la provincia. Del latín y teología se ocuparía su tío José de Oro, mientras que el francés se las arregló solo, gracias a los libros en ese idioma que poseía un conocido de la familia, José Ignacio de la Rosa, y que leía con fruición hasta las dos de la mañana. Estudiaba mientras se ganaba la vida como dependiente en una tienda.
Acompañó a su tío, el presbítero Oro, en su destierro a San Luis. En San Francisco del Monte fundaron una escuela y él, con quince años era el maestro, con una particularidad: era menor que sus alumnos, uno de 22 y otro de 23. A un tercero hubo que expulsarlo porque insistía en casarse con una chica muy linda a quien Sarmiento le enseñaba deletreo.
Siempre según "Recuerdos de Provincia", el tío tenía pasión por el baile, "y él y yo hemos fandangueado todos los domingos de un año enredándonos en pericones y contradanzas…".
Exilio, inglés e italiano
Cuando estalló la guerra entre unitarios y federales y Facundo Quiroga entró a San Juan, Sarmiento se exilió en Chile. Vivió en Valparaíso por 1833, donde se ganaba la vida como dependiente en un comercio. De su sueldo de una onza, la mitad iba para pagar su profesor de inglés, Richard, y dos reales semanales los embolsaba el sereno del barrio quien debía despertarlo a las dos de la madrugada para que estudiase el idioma.
De vuelta en San Juan, en 1837, aprendió italiano junto a su amigo Guillermo Rawson quien, con los años sería un famoso médico y ministro del Interior de Bartolomé Mitre. Además, fundó un colegio para señoritas y el semanario El Zonda.
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