Por Alcides Cruz - licencia CC BY 4.0.©
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El 8 de diciembre es el día tradicional par armar el arbolito de Navidad. La costumbre de adornar un símbolo plástico con borlas, guinaldas y luces siempre fue un momento singular en la familia. En especial porque alrededor de esa actividad hogareña se juntan los chicos de la casa, la madre y como siempre, se arma el debate consabido.
Si el árbol esta derecho; si las luces están bien distribuidas; que las guirnaldas faltan por allá y que los adornos están más cargados de un lado que del otro. De algún modo, armar el arbolito es inaugurar el clima navideño de cada fin de año.
Hoy como ayer masomenos lo mismo.
Hay recuerdos y porsupuesto emociones. Inevitablemente se vuelve la mirada sobre otros tiempos entre quienes somos mayores, pero queda la esperanza del futuro, siempre incierto, para los más tiernos de la familia.
Quizás esas impresiones anímicas se mezclan cuando se arma el arbolito. El símbolo es un disparador de presencias, de ausencias.
- Este pesebre me lo regaló la abuela. ¡Tiene como 100 años!
- Este adorno lo compró mi mamá en una tienda que quedaba en la esquina...
- Estas lucecitas ya no vienen más. Las chinas de ahora ¡No duran nada!
En cada casa y corazón hay un mundo de anécdotas.
Pero este año, no sé porque rememoré el diciembre 2001.
El arbolito brillaba en un rincón mi casa en el conurbano de la Provincia de Buenos Aires y afuera, el dueño de un mediano supermercado del barrio había contratado a un policía, que subido al techo del local, disparaba tiros de Itaka al aire para dispersar a decenas de personas que querían saquear al comercio.
El saqueo se transmitía por televisión. El saqueo tenía caras marrones, mujeres retaconas y culonas con su media docena de hijos, que gritaban en insoportables gritos agudos que los chicos tenían hambre y querían pasar la Navidad con algo en la mesa. Los intrépidos saqueadores eran unos muchachones descamisados que atacaban en jauría las persianas y las levantaban como latitas de picadillo.
Una empresa, cuya marca era líder del mercado nacional me regaló el acostumbrado regalo de cortesía o de relaciones públicas que consistía en un panettone estilo italiano, en lata, con abundantes garrapiñadas, turrones y confites más un champan rosado Chandón...pero...
A la vuelta de mi casa, sonaban los tiros de la Itaka. El país era una tristeza desgarradora.
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Hoy como ayer, un sector de la sociedad está feliz como perro con dos colas mientras el 65% de la población está bajo la línea de pobreza y 20% en la miseria. En el 2001, la pobreza y la miseria sumaban casi el 50% entre las dos. Hoy es peor según las estadísticas y la palpable realidad.
Pero insisto en contrastar el panettone con el pan viejo que algunas panaderías regalan. Hoy una parte muy reducida de la población está feliz, con un goce morboso; se erotiza con la desgracia económica del resto de los argentinos. Ha conseguido por fín, separar las caras marrones, de mocos secos, de los rostros celestes y angelicales.
Por un lado, la imaginería aspiracional, clasemediera del mundo Coca Cola, del Papá Noel suculento, bien comido, de renos y extrañas nieves del hemisferio norte del planeta... y por el otro, la angustia de No saber si se llega a fin de mes.
A los seres humanos comunes y corrientes, se les enseñó que hay valores insuperables, fundamentales como la familia. Son valores cristianos vinculados a la caridad, al amor fraterno, a la salvación por el milagro y el perdón que también es un milagro.
¿Cambió la época? ¿Mutamos hacia la perversidad?
Todo eso hoy está atacado con una ferocidad nunca vista. Porque No es solamente el acceso al mínimo bienestar económico, sino al hecho de quitarle la esencialidad a la persona humana como centro de la divinidad navideña.
Romper la familia por aplastamiento, condenarla a la muerte civil por la ley del más apto; jubilados, discapacitados, indígenas, adictos profundos; es el retorno a la supervivencia salvaje del pre capitalismo; la instalación de la locura material y el lenguaje soez como modelos de represión o exclusión del prójimo.
En esta situación desgraciada estamos los argentinos en este final del 2024. La famosa batalla cultural es el destrozo del ser argentino, de nuestra esencialidad cristiana.
Por más que algunos vayan caminando a Lujan, en bicicleteadas a Itatí o la Virgen del Valle o a Mailín en Santiago del Estero, si NO se comprende y se toma conciencia del inmenso daño que el gobierno de Javier Milei esta causando al ser humano argentino, a su alma, No habrá solución posible.
La batalla cultural es una lucha de fuerzas invisibles. Bíblicamente está escrito que la lucha cristiana "No es contra carne ni sangre sino contra potestades celestiales". Milei es una entidad luciferina.
Dejen los pastores evangélicos de orar por los gobernantes impíos porque están errados en tiempo y espacio. Pongan por delante lo dicho en el Libro del Profeta Isaías , capitulo 10. Lean, estudien la historia de nuestro país. Dejen de apañar a los que siembran crueldad en el pueblo.
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Camino por una vereda comercial de Posadas, Misiones y escucho al pasar la conversación de dos parroquianos que hablan del dólar y las vacaciones regaladas en Brasil... y pienso:
- Hay gente que No tiene remedio.
- Tengo conocidos que dicen: ocupate de vos y tu familia...el resto que se arregle. Si no te veo, que tengas una Feliz Navidad!
Este 8 de diciembre de 2024 No armé el arbolito. Sentí el vacío que te da el comprender la hipocresía. Nadie es feliz - salvo los enajenados que siguen a este presidente - ...nadie es feliz en una sociedad donde la mayoría está triste.
Este trabajo tiene la licencia
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