4/26/2021

Hambre en Brasil. Preocupa la migración ilegal por la frontera de Misiones.



Adolescentes escuálidos sostienen avisos en los cruceros con letreros que dicen –hambre— en letras grandes. Niños, muchos de ellos no han asistido a la escuela por más de un año, mendigan comida afuera de supermercados y restaurantes. Familias enteras se apretujan en endebles campamentos en las aceras y piden fórmula para bebé, galletas o lo que sea. Decenas de millones de brasileños enfrentan hambre o inseguridad alimentaria mientras la crisis de COVID-19 del país se prolonga y mata a miles diariamente.

A un año de la pandemia, millones de brasileños están hambrientos.

Las escenas, que proliferan en los últimos meses en las calles de Brasil, son una cruda evidencia de que la apuesta del presidente Jair Bolsonaro —proteger la economía del país al evitar políticas de salud pública para controlar el virus— ha fracasado. Ese sacrificio causó una de las cifras de víctimas mortales más altas del mundo pero también falló en su objetivo: mantener el país a flote.

La crisis de salud empeora y empuja a los negocios a la quiebra al asesinar los empleos y obstaculiza aún más el avance de una economía que durante más de seis años casi no ha crecido. “No hay trabajo”, dijo. “Y las cuentas siguen llegando”.

117 millones de personas, o alrededor del 55 por ciento de la población del país enfrentan inseguridad alimentaria con acceso incierto a nutrición en 2020, un gran salto de los 85 millones que estuvieron en esa situación hace dos años.

El año pasado, gobernadores y alcaldes de todo el país decretaron suspensión de actividades para los negocios no esenciales y ordenaron restricciones de movilidad, medidas que Bolsonaro calificó como “extremas” y advirtió que causarían desnutrición.

El presidente también desestimó la amenaza del virus, sembró dudas sobre las vacunas, que su gobierno empezó a procurar con retraso y a menudo alentaba a multitudes de sus seguidores en eventos políticos.

Una segunda ola de casos este año llevó al colapso del sistema de salud en varias ciudades y funcionarios locales volvieron a imponer un montón de medidas estrictas y se hallaron en guerra con Bolsonaro.

Este mes, cuando la cifra de muertes diarias causadas por el virus superó los 4000, Bolsonaro reconoció la gravedad de la crisis humanitaria que enfrentaba su país. Pero no asumió responsabilidad y más bien culpó a los funcionarios locales.


The New York Times - Por Ernesto Londoño y Flávia Milhorance – Fotos, Víctor Moriyama

 









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