Antes que se hablara del "trabajo infantil", los niños/as naturalmente se integraban a las labores de la familia. Ganar el pan era una lección práctica. No se imaginaba el futuro sin atravesar el principio instintivo de la subsistencia.
Caio fue un muchachito que apenas pisó la escuela. Su padre lo puso a carpir y sembrar la chacra de Marcelino Benítez, ubicada en lo que hoy es el casco urbano de Garupá. La escuela provincial 57 quedaba cruzando la calle, pero aún así era demasiado lejos cuando las urgencias de la casa pasaban por lo básico.
Los invito a ver este reportaje. La escuela de la vida no marca con tiza ni lápices de colores el cuaderno del alma.
Si pueden invítenme un cafe. No se olviden.
Alcides Cruz
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Que lindo poder escuchar a estas personas que te hablan desde la sabiduria de haber vivido.sin dudas el mayor logro de un padre es el respeto de un hijo.felicitaciones.
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