10/21/2021

Los libertarios

Para las variantes neoliberales o libertarias es necesario suprimir a ese “otro” que imposibilita que el país mejore y que sus ciudadanos crezcan. Ellos afirman que: culpa de ese “otro”, mi vida empeora. O más aún: mi vida sólo puede mejorar si ese “otro” es eliminado o marginado; su exclusión es una condición para que yo me pueda desarrollar, etc. Es decir: la disputa con ese “otro” se traslada desde lo político a lo personal. Es mi enemigo porque su presencia, sus comportamientos, sus modos de vida, actúan directamente contra mí y me perjudican. No son sólo sus ideas: es él –o ella- mismo lo que hay que erradicar. Por lo cual, lo que intervienen son dimensiones profundamente emocionales. Proponen un deslizamiento parcial desde el pacto social al estado de naturaleza.

Quien se siente representado por el discurso excluyente percibe que no se puede convivir con el “otro” en un mismo territorio. Por eso ese “otro”, al que es necesario excluir, se transforma en blanco de insultos y agresiones. Si ese otro son los inmigrantes se tratará de que no ingresen al país; si, en cambio, son un sector de la población ya residente, se intentará derrotarlos, excluirlos o marginarlos; y si, por el contrario, ese sector residente gana las elecciones, entonces, será el sector que tiene la conducta expulsora el que declarará que se va del país. Esto último es lo que sucede periódicamente con la revalorización del Uruguay como patria sustituta. En todos los casos, mi vida depende –siente el sujeto amenazado- de que el otro desparezca.

La violencia verbal, las agresiones, los insultos se sitúan en los umbrales de la violencia física: los cuerpos que antes fueron desaparecidos ahora también lo serían, pero, ante la imposibilidad de hacerlo, se procede sobre ellos con una violencia apenas sublimada que busca estigmatizar, excluir y marginar. La lucha es personal: hay un “otro” que me perjudica directamente a mí; y es a ese, al que me perjudica, a quien hay que excluir o eliminar.

Uno de los procedimientos más perversos de exclusión tuvo lugar durante la dictadura: la desaparición de personas como un mecanismo de sustracción de la visibilidad de las víctimas. En los regímenes donde predomina el lawfare, sucede lo contrario: en lugar de desaparición hay plena visibilización de los perseguidos.

Porque el lawfare, en oposición a la dictadura, no tiene al sistema represivo en su centro de gravedad sino al aparato de medios hegemónicos: de allí que en lugar de desaparición haya visibilización intensa, para estigmatizar y luego destituir, marginar, excluir o encarcelar. Los libertarios, asociados al sistema de medios hegemónicos, continúan con parte de esa práctica: en lugar de desaparecer, visibilizan para insultar, estigmatizar y marginar.

El populismo es presentado como un régimen que le saca a los que trabajan para darles a los que no trabajan. Percibirían allí un estado de injusticia estructural: alza de los impuestos para sostener a una parte del país que no produce. Hay entre la ciudadanía y la dirigencia una relación contractual fallida: los ciudadanos creen que les pagan a políticos que no devuelven con su trabajo esos ingresos que reciben. La democracia, pensada de este modo, sólo puede producir odio: porque extrae recursos de los que trabajan y se los da a los parásitos. Así, el populismo es un régimen donde está rota la relación entre beneficio y esfuerzo. Hay una reacción a la improductividad de la democracia. La utopía que mueve a los libertarios es la de extraer de la democracia a la política de tal modo que en la democracia solo queden los intereses corporativos.










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