9/06/2022

La historia del extraño del entretecho.

 



Podría ser una fábula pueblerina la picaresca historia de un desconocido que durmió en el entretecho, una suerte de altillo ocasional, allí en el obrador donde el vecindario edificó de a pedazos, un espacio para algunas actividades barriales.

Sin embargo el sujeto en cuestión existió y transcurrió un buen tiempo arrinconado en el reducto insólito, impensado e insospechado por los transeúntes que, sin percatar ninguna cosa rara, deambulaban las horas por el lugar y la plaza aledaña.

El extraño de la medianoche fue rescatado por una vecina de un montecito cercano al barrio; de alguna manera le dió lástima este hombre atravesado por la intemperie a la que desbarrancó luego de andar por un calabozo. Lo abrigó, le inventó un hueco donde volver a existir como persona.

No alcanza a ser el relato de la Bella y la Bestia, pero a fuer de la imaginación popular, podemos asimilar tal caracterización en los detalles, escasos y minúsculos:

En ese terreno lúdico de la mente, intuimos al hombre en la oscuridad. Como un fisgón tras las hendiduras de la madera, por donde la luz de las luminarias de la plaza principal, pudieron atravesar el secreto. Ojos que miran a otros que van y vienen. Voces de otros y silencio propio.

Ni siquiera los guardias que andaban con sus linternas y silbatos percibieron la existencia de un muchacho, un Quasimodo sin campanario, husmeando por ahí; o durmiendo sin ruidos delatadores.

El socorro llegaba desde la mujer que a diario le daba un plato de comida caliente y le franqueba el ingreso a su escondrijo misericordioso. En simultáneo, se enredaba en las paredes el murmullo de amantes apasionados en horas descuidadas.

Juntos desataban las lluvias en el desierto de sus almas. Ella se había vuelto a sentir mujer después de la operación. A él no le importaba en la penumbra, rodear con sus labios y raspar con su barba reventada al único pecho que quedaba, tenue, suave al desnudo.

Un tiempo sucesivo, intercala al muchacho como un peón circunstancial en un predio del viejo casco céntrico del pueblo. De algún modo su vida pordiosera y maltrecha se enderezó cuando ese otro corazón de enamorada trazó una elipsis completa de la nada hacia todo lo posible.

Horas desveladas, de días sin sentido, olvidos postreros desplazaron los sentimientos del amante a hurtadillas, hacia los senos intactos de otro amor más juvenil.

Aquella primera mujer - la samaritana que le tendió su mano para sacarlo del medio de las espinas, ardió de furia y consumió las brasas de su despecho hasta quedar con las cenizas del rencor.

Como el recuerdo de una pasión furtiva, quedó entre las vigas de madera, un viejo colchón percudido por la humedad.

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